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Padre Manuel
SOLORZANO
GUEST COLUMN
Queridos hermanos: La Escritura en este IV Domingo de Pascua nos invita a preparar la venida del Espíritu. Éste se encuentra presente en las lecturas de forma discreta, pero imprescindible. Se anuncia que no se nos dejará desamparados. Tendremos un Defensor, el Espíritu de la verdad, que vive con nosotros y está con nosotros. “Dentro de poco, el mundo no me verá más, pero ustedes sí me verán, porque yo permanezco vivo y ustedes también vivirán”. Parece que va tocando a su fin la Pascua, pero Él sigue presente entre nosotros, por medio del Espíritu que es el que recrea la comunidad y realiza la comunicación entre Jesús y nosotros en el amor.
Quien guía, orienta y desarrolla la comunidad, es el Espíritu de Cristo resucitado: Espíritu de fuerza, de verdad de unión y de amor. Si la Pascua es el nacimiento de la comunidad, es el Espíritu el que le da plenitud y madurez. Queda claro en la primera lectura, Felipe ha llenado de alegría la ciudad de Samaría con la Palabra de Dios, por eso, se envía a Pedro y a Juan: “Éstos, al llegar, oraron por los que se habían convertido, para que recibieran el Espíritu Santo, porque aún no lo habían recibido y solamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces Pedro y Juan impusieron las manos sobre ellos, y ellos recibieron el Espíritu Santo”.
Ser cristiano es algo más que estar bautizado, es algo más que cumplir unos preceptos, como asistir hoy domingo a la eucaristía, vivir en el Espíritu, es dar a este momento el valor de un encuentro con los hermanos y de compromiso con todos, especialmente los más necesitados. Vivir en el Espíritu no es sólo atender con una limosna a los pobres, es entregarnos con todo lo que tenemos, para que haya justicia en el mundo. Y Pedro nos exhorta: “Veneren en sus corazones a Cristo, el Señor, dispuestos siempre a dar, al que las pidiere, las razones de la esperanza de ustedes”.
Pero este Defensor, de qué nos defiende, parece ser, que primeramente de nuestras contrariedades e incoherencias, de no acabar de entender el significado del Evangelio y el Reino. Del miedo que muchas veces nos domina y nos hace estar encerrados, en nuestras iglesias o templos apartándonos del mundo. De no ser capaces de dar razón de nuestra esperanza y ser evangelizadores, pensando que nos persiguen, que están contra nosotros y que todo son dificultades. Él nos enseña a abrir caminos, a no confiar en nosotros mismos, ni en el poder de nuestras instituciones. Los recelos, las calumnias, las difamaciones, el desprestigio, las malas intenciones y manipulaciones en los medios y muchas otras cosas, no pueden llevarnos a verlo todo negativo. Todo lo contrario, la solución es dar más espacio al Espíritu.
El Espíritu de la comunidad cristiana, es lo que nos distingue de cualquier otra organización, es la vivencia generosa del amor fraterno y el servicio a los hermanos. Lo que nos hace salir en búsqueda de los no creyentes, pues en ellos también obra su presencia, el que nos hace perdonar, acabar con toda discriminación y luchar por la justicia. Porque nos hace ver y comprender lo que otros no ven, descubrir lo que hay más allá de una realidad, que parece imponerse y que no se puede transformar.
Si lo acogemos en el silencio y la oración, nos hará vernos a nosotros mismos de otra manera, pero sobre todo a través del discernimiento, despertará a la Iglesia a la primavera de la Pascua. Sin Espíritu no se puede entender la vida comunitaria, ¿no radicarán aquí muchos de nuestros problemas?, ya nos decía San Pablo: “No extingan el Espíritu”.
El asunto es la importancia que damos a la ley, la tradición y las normas, en contra de discernir en nuestras asambleas comunitarias, lo que el Espíritu nos pide en cada situación histórica.