A platform that encourages healthy conversation, spiritual support, growth and fellowship
NOLACatholic Parenting Podcast
A natural progression of our weekly column in the Clarion Herald and blog
The best in Catholic news and inspiration - wherever you are!
Queridos hermanos,
La celebración eucarística de este domingo nos sitúa ante la experiencia, tan cristiana, del perdón. Es la propuesta evangélica ante la realidad frecuente del fracaso de los demás y nuestros propios fracasos. La propuesta de la compasión que acepta la fragilidad de la condición humana y otorga nuevas oportunidades a los demás, y a uno mismo.
Esta reacción religiosa, y profundamente humana, ya era conocida en parte de la tradición veterotestamentaria. Había en ella indicios para la superación de la ley del talión. El modelo de este comportamiento es el propio Dios, compasivo ante la debilidad y el error de sus criaturas.
El recuerdo del modo de proceder de Dios no es sólo motivo de alabanza y agradecimiento. Inspira un modo de comportamiento práctico: “perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”.
Jesús dice que tenemos que perdonar hasta setenta veces siete. Es una forma de hablar exagerada. Para que lo entendamos bien. Significa simplemente que hay que perdonar siempre. Nadie ha tenido la posibilidad de perdonar a otra persona esa enorme cantidad de veces. La exageración continúa en la parábola. La deuda que el empleado tiene con el rey, diez mil talentos, es en la práctica imposible de pagar por lo enorme.
Pensemos que las rentas anuales del rey Herodes el Grande no llegaban a los mil talentos en los tiempos de Jesús. Para el empleado no hay salida. Lo sorprendente es que el rey le perdone. Y más sorprendente todavía es que el empleado se preocupe de recuperar cien denarios de su compañero, una miseria de deuda si pensamos que un talento equivalía a seis mil denarios.
Todas estas exageraciones nos llevan a un dato fundamental: la misericordia de Dios es tan enorme que no podemos siquiera imaginarla. Casi se podría decir que todas nuestras ideas sobre lo bueno y lo malo, sobre el pecado, etc., desaparecen frente a la misericordia de Dios. El amor de Dios por sus criaturas es tan grande que ni siquiera se habla de perdón. Es simplemente un amor que lo cubre todo, que nos envuelve totalmente. Como dice Pablo en la segunda lectura: “en la vida y en la muerte somos del Señor”. Al lado de ese amor, de esa inmensa misericordia, queda claro que cualquier cosa que nos haga uno de nuestros hermanos es nada. Por heridos y dolidos que nos sintamos.
Pero tendríamos que ir un paso más allá. ¿No es mucha soberbia pensar que puedo perdonar a mi hermano o hermana? Cuando hago eso, me estoy situando en el lugar del rey de la parábola. Superior a mi hermano. Me adjudico el derecho de determinar, a juzgar, no sólo que me ha ofendido y me ha herido, sino que además lo ha hecho voluntariamente y, por eso, es culpable. ¿Desde cuándo me han nombrado juez de mi hermano? ¿Desde cuándo sé lo que pasa por su corazón? Eso pertenece a su intimidad y a Dios que seguramente lo verá como un hijo y lo atenderá como tal. Por mi parte, ¿no será mejor que trate de usar con mi hermano un poco de la misericordia que tiene el rey de la parábola o, mejor, de la inmensísima misericordia con que Dios me mira y compadece? Situado en esa perspectiva, es difícil que llegue a tener que “perdonar” alguna vez en mi vida a mi hermano. ¿Cuántas veces he experimentado en mi corazón el perdón enorme y misericordioso de Dios? ¿Qué ha sido lo que he sentido? Es posible que sepa también del rencor y del deseo de revancha contra mis hermanos. ¿Qué he sentido en esos momentos? ¿Cuándo me he sentido mejor? ¿Al reconciliarme o al mantenerme en el rencor?